El
fútbol es un deporte de locos. Muchas veces es inexplicable, injusto, vibrante
y emocionante. El partido de hoy ha sido uno de ésos.
Fue
inexplicable e injusto que el rival de los béticos no llegara al final del
partido con el resultado sentenciado. El Atlético de Madrid le estaba dando un señor
repaso a los pupilos de Mel, pero sólo ganaba por la mínima. Matilla y Salva
Sevilla, los supuestos creadores del Betis en la tarde noche del domingo, no
hicieron nada de lo que se les suponía. Se mostró el conjunto verdiblanco
incapaz de generar fútbol y ocasiones de gol. Se dedicó a verlas venir y a ver
cómo los colchoneros fallaban una tras otra oportunidad, a veces por mala
puntería y otras por paradas inverosímiles de Fabricio. Bastó con un detalle,
con un simple e infantil fallo de la defensa atlética, para que el Betis se
diera cuenta de que podía sacar algo del partido. Fue en la misma jugada en la
que, sorprendentemente, Rubén Castro no atinó a batir a Courtois en un mano a
mano tras el erro en el salto de Godín. Ahí se volvió el partido loco. Fue un
ir y venir de un lado para otro, corriendo como pollos sin cabeza y logrando
dos goles en tres minutos que salvaban matemáticamente a los de Mel. La emoción
que inundaba las gradas del Villamarín se vino abajo pasados lo tres minutos de
descuento. Falcao empató el encuentro en el último suspiro tras un saque de
esquina, dejando al Betis con la miel en los labios y a un solo punto de la
permanencia.
El partido
de hoy debe servir para ver cómo no se tiene que jugar el miércoles. Ahí habrá
que sacar el genio y la casta desde el principio, y no esperar a una remontada
milagrosa, que muy pocas veces cuaja.
LO MEJOR: la reacción del equipo en el
último cuarto de hora.
LO PEOR: los primeros setenta y cinco
minutos.