El
Betis se clasificó para los Octavos de Final de la Copa del Rey tras empatar a
dos frente al Lleida en un partido que se le fue complicando por la inoperancia
bética y el manojo de nervios que es hoy en día este equipo.
Cuando
a los diez minutos el marcador reflejaba un 2-0, la goleada se atisbaba en el
horizonte. Nada más lejos de la realidad. El Betis empezó a fallar ocasiones y
se desmoronó como un castillo de naipes cuando el Lleida hizo el primero. Al
equipo de Garrido le entraron más nervios que a un testigo falso y comenzó a
jugar de forma errática, con fallos groseros, con unos jugadores que no querían
asumir responsabilidades, demostrando así la total carencia de autoestima y
amor propio que tienen los futbolistas de esta plantilla. Se agravó la
situación cuando, al poco de empezar la segunda mitad, los catalanes lograron
empatar el encuentro. Los nervios se tornaron a miedo y terror, ya que un gol
del rival eliminaba al Betis. No llegó porque tampoco es que el Lleida hiciera méritos
para ellos. Apenas asustó a la insegura retaguardia verdiblanca, que sufre
muchísimo ante el más mínimo peligro.
Así se
llegó al final de un triste partido, en el que el Betis volvió a demostrar que
es un equipo impreciso, fallón y con jugadores de un nivel muy bajo a lo esperado.
Vergonzosa forma de pasar a la siguiente ronda, pero hubiera sido peor que un
equipo de Segunda B como el Lleida te eliminara. Aquí no se dio esa sorpresa.
LO MEJOR: el golazo de Amaya y el bonito detalle
de ala afición catalana, que desplegó una bandera en homenaje a Miki Roqué en
el minuto 26 de cada tiempo.
LO PEOR: la penosa imagen que da el Betis,
independientemente de quien sea el rival.
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